Renacer de la Izquierda

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Renacer de la Izquierda: Una Llamada Urgente desde las Cenizas

Editorial de Acción Cultural 

En los últimos años, el panorama político de España ha sido testigo de un notable deterioro en el apoyo a la izquierda transformadora. Este declive no se debe únicamente a la pérdida de votos hacia otras formaciones políticas, sino más preocupante aún, a la abstención y la apatía de sectores tradicionalmente alineados con la izquierda. La desconexión entre los partidos de izquierda y los sectores más pobres de la población ha dejado a muchos sin una voz política efectiva y ha puesto en peligro la capacidad de la izquierda para influir en el futuro del país.

La raíz de este problema no reside solo en las campañas electorales o en las candidatas y  candidatos, sino más preocupante aún, en una desconexión más profunda con las bases populares y las emociones que deberían nutrir cualquier movimiento de izquierda. En un país donde un tercio de la población no puede permitirse vacaciones y un diez por ciento lucha por llegar a fin de mes, es alarmante que la izquierda no consiga atraer el apoyo de las clases populares. Sin un fuerte arraigo en estas comunidades, cualquier esperanza de crecimiento es ilusoria.

El problema se agrava cuando analizamos los datos de voto por secciones censales y los comparamos con los niveles de renta. Resulta evidente que los partidos de izquierda no están captando el voto de los más desfavorecidos, lo que los incapacita para crecer de manera significativa. En un contexto donde la política tiende a representar más los intereses de las clases medias, la izquierda se encuentra atrapada en un juego de suma cero, donde cada avance es precario y fácilmente reversible.

Una de las respuestas a esta desconexión ha sido intentar una representación más directa de las clases populares, con candidatos “del pueblo”, liderazgos claros y mensajes más accesibles y persuasivos. Sin embargo, estas estrategias no han sido suficientes para abordar el problema de fondo. La hiper representación política, que alguna vez fue una respuesta a la demanda de cambio, ha demostrado sus límites. Como sugieren intelectuales como Giovanni Arrighi y David Harvey, el desafío real es superar las estructuras tradicionales y construir nuevas formas de organización que reflejen las necesidades y aspiraciones de las bases.

El desafío es doble: por un lado, se necesita una representación política eficaz; por otro, es esencial construir instituciones del común, movilización y formación fuera de los partidos tradicionales. La creación de movimientos sociales que operen fuera de las estructuras partidistas tradicionales, inspirados en la autogestión y la ayuda mutua, es fundamental para revitalizar y reavivar la izquierda. Estas nuevas formaciones deben ser alegres, combativas y plagadas de afectos, capaces de conectar con las bases de una manera que los partidos tradicionales y  actuales no han conseguido.

La izquierda transformadora debe abrazar una visión que combine la resistencia inmediata con una estrategia a largo plazo. Esto significa no solo prepararse para las próximas elecciones generales, sino también trabajar en la construcción de un movimiento ciudadano amplio y robusto. Este movimiento debe ser capaz de desafiar al capitalismo y al fascismo en todas sus formas, y debe hacerlo desde la base, con una fuerte participación de las comunidades locales. Es necesario construir desde hoy una red de mujeres y hombres militantes y activistas que impregne el tejido asociativo ciudadano de nuestras ciudades, villas y aldeas. Debe impulsarse ya el lanzamiento de manifiestos municipalistas que recojan las demandas del movimiento vecinal y ciudadano y que empiecen a desplegar el debate en barrios y plazas hasta la creación de asambleas ciudadanas locales que articulen alternativas reales contra el fascismo y la reacción. 

Immanuel Wallerstein y Robert Brenner han argumentado que los movimientos sociales efectivos necesitan una base sólida de apoyo popular y una clara comprensión de las dinámicas del capitalismo global. En este sentido, la izquierda debe reconfigurarse para ser más inclusiva y representativa, capaz de articular una visión de futuro que inspire a amplios sectores de la sociedad. No se trata solo de ganar elecciones, sino de transformar las bases mismas de la sociedad para crear un futuro más justo y equitativo.

Un ejemplo de esta transformación puede verse en las experiencias municipalistas impulsadas por las propias vecinas y vecinos al margen de los partidos tradicionales. Estas iniciativas han demostrado que es posible superar viejos dogmatismos y sectarismos, y ofrecer soluciones concretas a los problemas locales. Sin embargo, este enfoque debe ir más allá de las plataformas ciudadanas y las candidaturas municipales. Es necesario construir nuevas subjetividades políticas y económicas que sean capaces de contraponerse al capitalismo moderno.

La lucha contra el capitalismo y el fascismo requiere una respuesta coordinada y unida de todos los sectores progresistas y democráticos. La izquierda debe ser capaz de articular una estrategia que combine la resistencia inmediata con la construcción de una alternativa a largo plazo, basada en la justicia social, la igualdad y la solidaridad. La tarea es monumental, pero no imposible. Con determinación, creatividad y solidaridad, la izquierda puede resurgir de sus cenizas y liderar la transformación social que España necesita.

Este proceso de reconstrucción debe comenzar desde los cimientos, con una lenta pero firme acumulación de experiencias y la formación de nuevas estructuras de participación y movilización. Daniel Bensaïd ha señalado la importancia de la paciencia y la constancia en la construcción de movimientos sociales efectivos. La izquierda debe aprender de los errores del pasado y evitar la fragmentación y la tribalización que han debilitado su capacidad para actuar de manera efectiva.

El auge de la ultraderecha y la derecha extrema en España y en otros lugares del mundo es un recordatorio de la urgencia de esta tarea. La izquierda debe ser capaz de organizar la resistencia y detener el avance de estas fuerzas reaccionarias. Sin embargo, esto no se logrará con frentes abstractos de partidos, limitados a las burocracias dirigentes. Lo que se necesita es una práctica política ampliada, que incluya coaliciones múltiples, foros sociales y temáticos, asambleas ciudadanas y vecinales, y movimientos de masas radicalmente democráticos.

En este contexto, la construcción de un movimiento ciudadano amplio y robusto es esencial para enfrentar los desafíos actuales. La izquierda debe ser capaz de articular una visión de futuro que inspire y movilice a amplios sectores de la sociedad. Solo así podrá resurgir de sus cenizas y liderar la transformación social que España necesita.

Es fundamental que este movimiento ciudadano sea inclusivo y representativo, capaz de conectar con las bases populares y de articular sus demandas de manera efectiva. La izquierda debe ser capaz de combinar la lucha inmediata con una estrategia a largo plazo, que incluya la construcción de nuevas instituciones y la movilización de amplios sectores de la sociedad.

La izquierda española se encuentra en una encrucijada histórica. La fragmentación y la desconexión con las bases populares son problemas serios que requieren soluciones radicales y urgentes. La construcción de un movimiento ciudadano amplio y robusto, basado en la participación directa y la democracia radical, es la única forma de enfrentar el avance del fascismo y el capitalismo. La izquierda debe ser capaz de articular una visión de futuro que inspire y movilice a amplios sectores de la sociedad, combinando la lucha inmediata con una estrategia a largo plazo. Solo así podrá resurgir de sus cenizas y liderar la transformación social que España necesita.

La historia nos enseña que los grandes cambios sociales no ocurren de la noche a la mañana. Requieren paciencia, perseverancia y una clara visión de futuro. La verdadera democracia solo puede surgir de la participación activa y comprometida de los ciudadanos y ciudadanas. La izquierda debe ser capaz de crear espacios de participación y movilización que permitan a las personas tomar el control de sus vidas y construir un futuro más justo y equitativo.

La construcción de un movimiento ciudadano amplio, participativo y robusto no es una tarea fácil. Requiere la movilización de amplios sectores de la sociedad, la creación de nuevas instituciones y la formación de nuevas subjetividades políticas y económicas. Sin embargo, es una tarea esencial si queremos enfrentar los desafíos del siglo XXI y construir un futuro más justo y equitativo.

La izquierda española debe reconstruirse desde la base, creando un movimiento ciudadano amplio, insertado en tejido asociativo ciudadano y robusto desde la base, que sea capaz de enfrentar el avance del fascismo y el capitalismo. Esta tarea requiere paciencia, perseverancia y una clara visión de futuro. Solo así podremos construir una sociedad más justa y equitativa para todas y todos.

La situación actual demanda una reflexión crítica y un compromiso renovado con los valores y principios que han sostenido a la izquierda a lo largo de la historia. En un contexto global donde las desigualdades sociales y económicas se profundizan, y donde el ascenso de la extrema derecha amenaza los derechos y libertades fundamentales, la izquierda debe redefinir su estrategia y su acción política.

La primera tarea es reconectar con las bases populares, aquellas que han sido históricamente el soporte de los movimientos progresistas. Esta reconexión no puede ser superficial ni electoralista; debe ser una labor profunda y sincera de escucha y colaboración. Las comunidades más afectadas por la crisis económica y social deben sentir que tienen un lugar en la agenda de la izquierda, no como objeto de políticas asistencialistas, sino como sujetos activos de su propia emancipación.

La izquierda debe también abrazar la diversidad en todas sus formas. La clase trabajadora de hoy no es homogénea; está compuesta por una multitud de identidades, géneros, orígenes y trayectorias. Una política de izquierda que no reconozca y celebre esta diversidad está condenada al fracaso. Esto implica no solo una representación diversa en las listas electorales, sino una inclusión real en los procesos de toma de decisiones y en la construcción de políticas. Deben elaborarse candidaturas elegidas democráticamente en procesos de primarias abiertas abiertos a la ciudadanía. 

Es necesario que la izquierda supere las divisiones internas que tanto la han debilitado. Las luchas intestinas y los personalismos deben dar paso a una cultura política de cooperación y solidaridad. Las diferencias ideológicas y estratégicas son inevitables y, de hecho, necesarias, pero deben ser gestionadas de manera constructiva, siempre con el objetivo común de avanzar hacia una sociedad más justa.

Otro aspecto esencial es la educación política. La izquierda debe invertir en la formación de sus cuadros, militantes y simpatizantes, proporcionando las herramientas necesarias para comprender y enfrentar los complejos desafíos del mundo actual. Esto incluye una comprensión crítica del capitalismo, del cambio climático, de las tecnologías emergentes y de las nuevas formas de explotación y control social. Solo una base militante informada y crítica puede sostener un movimiento realmente transformador.

En este sentido, la izquierda debe ser capaz de articular un discurso que conecte con las preocupaciones y aspiraciones de la gente común. Un discurso que no solo denuncie las injusticias, sino que también ofrezca una visión esperanzadora de futuro. Las narrativas de miedo y desesperanza pueden movilizar en el corto plazo, pero solo una visión positiva y inclusiva puede construir un movimiento duradero.

La acción política debe estar acompañada de prácticas concretas que prefiguren la sociedad que queremos construir. Esto significa impulsar formas de organización y de vida que sean alternativas al modelo capitalista, basadas en la cooperación, la sostenibilidad y la justicia. Las cooperativas, los bancos de tiempo, las redes de apoyo mutuo y las experiencias de autogestión son ejemplos de cómo podemos empezar a construir hoy las bases del futuro que deseamos.

La lucha por el cambio climático debe estar en el centro de la agenda de la izquierda. La crisis ecológica es una manifestación del fracaso del capitalismo y una amenaza existencial para la humanidad. No podemos hablar de justicia social sin abordar la crisis climática y sus impactos desiguales. La transición ecológica debe ser justa, asegurando que las comunidades más vulnerables no sean las que paguen el precio de la adaptación y la mitigación.

En cuanto a la dimensión internacional, la izquierda debe ser solidaria con los movimientos progresistas y democráticos de todo el mundo. El capitalismo es un sistema global, y nuestra lucha también debe ser global. Esto implica apoyar las luchas contra el imperialismo, el neocolonialismo y las diversas formas de opresión y explotación que se dan en distintos contextos.

Finalmente, la izquierda debe ser valiente y audaz en su visión y en su acción. No podemos conformarnos con reformas tibias ni con el mal menor. Necesitamos un proyecto transformador con programa de transición a escala planetaria que se atreva a imaginar y a construir un mundo radicalmente distinto. Un mundo donde la dignidad humana, la justicia social, la igualdad, la libertad y la solidaridad sean los principios rectores. Los intereses de la mayoría social deben estar en el centro del discurso.

La crisis actual puede ser una oportunidad para la izquierda, si somos capaces de aprender de nuestros errores y de renovar nuestro compromiso con la transformación social. La tarea no es fácil, pero la historia nos muestra que los grandes cambios son posibles cuando la gente común se organiza y lucha por sus derechos. La izquierda debe ser el motor de esa lucha, guiando el camino hacia un futuro más justo y equitativo.

La izquierda española debe mirar más allá de las fronteras y aprender de las experiencias exitosas de otros movimientos progresistas alrededor del mundo. Desde América Latina hasta Europa del Norte, hay ejemplos de cómo las políticas de izquierda pueden transformar sociedades, reducir desigualdades y promover la justicia social. Estas experiencias nos muestran que es posible construir un mundo mejor, pero también nos advierten de los desafíos y obstáculos que enfrentamos.

En América Latina, por ejemplo, movimientos como el de los Sin Tierra en Brasil o las iniciativas de autogobierno en Chiapas, México, han demostrado la importancia de la organización de base y la resistencia comunitaria. Estos movimientos han conseguido importantes victorias en la lucha por la tierra y los derechos humanos, y ofrecen valiosas lecciones sobre cómo construir poder desde abajo.

En Europa del Norte, los países escandinavos han implementado modelos de bienestar social que han reducido significativamente las desigualdades y mejorado la calidad de vida de sus ciudadanos. Estos modelos, basados en la universalidad de los servicios públicos y la redistribución de la riqueza, muestran que es posible combinar el desarrollo económico sostenible con la justicia social. Sin embargo, también nos recuerdan que estos logros no son permanentes y deben ser constantemente defendidos y mejorados. De todas maneras tampoco podemos olvidar que esos países ha seguido ejerciendo estrategias y dinámicas neocoloniales y se han aprovechado de recursos y riquezas del sur.

La izquierda española debe también prestar atención a las nuevas formas de lucha y organización que están surgiendo en todo el mundo. El movimiento feminista, por ejemplo, ha sido una fuerza poderosa en la lucha por la igualdad de género y los derechos de las mujeres. Las huelgas feministas y las movilizaciones masivas han puesto en la agenda política temas cruciales como la violencia de género, la brecha salarial y los derechos reproductivos. La izquierda debe apoyar y aprender de estos movimientos, reconociendo que la lucha por la igualdad de género es una parte integral de la lucha por la justicia social.

Otro movimiento que ofrece valiosas lecciones es el de los jóvenes activistas por el clima, que han conseguido movilizar a millones de personas en todo el mundo en defensa del planeta. Greta Thunberg y otros jóvenes líderes han puesto de manifiesto la urgencia de actuar frente a la crisis climática y han mostrado cómo la acción directa y la desobediencia civil pueden ser herramientas efectivas de cambio. La izquierda debe aliarse con estos movimientos y trabajar para integrar la justicia climática en todas sus políticas y programas.

En el ámbito digital, la revolución tecnológica está transformando nuestras sociedades y economías de maneras profundas y a menudo desiguales. Las grandes empresas tecnológicas acumulan un poder sin precedentes, mientras que los trabajadores y las comunidades a menudo quedan rezagados. La izquierda debe desarrollar políticas que aborden estas desigualdades y promuevan un uso equitativo y democrático de la tecnología. Esto incluye la regulación de los monopolios tecnológicos, la protección de los derechos de los trabajadores en la economía digital y la promoción de tecnologías que beneficien a la sociedad en su conjunto.

En cuanto a la educación, la izquierda debe luchar por un sistema educativo que sea inclusivo, equitativo y accesible para todos. La educación es una herramienta poderosa para la emancipación y el empoderamiento, y debe ser un derecho garantizado para todos, independientemente de su origen socioeconómico. La izquierda debe promover políticas que aseguren una educación de calidad desde la infancia hasta la universidad, y que fomenten el pensamiento crítico, la creatividad y la solidaridad.

En el ámbito laboral, la izquierda debe luchar por los derechos de los trabajadores y la justicia económica. La precariedad laboral, la explotación y las desigualdades salariales son problemas graves que afectan a millones de personas. La izquierda debe promover políticas que garanticen empleos dignos, salarios justos y condiciones de trabajo seguras. Esto incluye la lucha por la reducción de la jornada laboral, el aumento del salario mínimo y la protección de los derechos laborales en la economía digital.

La vivienda es otro tema crucial. La crisis de la vivienda afecta a millones de personas, especialmente en las grandes ciudades, donde los precios de alquiler y compra se han disparado. La izquierda debe luchar por el derecho a una vivienda digna y asequible para todos. Esto incluye políticas de control de alquileres, la promoción de la vivienda pública y cooperativa, y la lucha contra la especulación inmobiliaria. Debemos volcarnos en el activismo en las Plataformas de Afectados por la Hipoteca y en los Sindicatos de Inquilinas e Inquilinos existentes en todos los territorios del estado.

La sanidad es otro pilar fundamental de la justicia social. La pandemia de COVID-19 ha puesto de manifiesto las deficiencias de nuestros sistemas de salud y la necesidad de invertir en un sistema sanitario público, universal y de calidad. La izquierda debe luchar por un sistema de salud que sea accesible para todos, que garantice el derecho a la salud y que esté preparado para enfrentar futuras crisis sanitarias.

En cuanto a la justicia social, la izquierda debe luchar por una sociedad en la que todos tengan las mismas oportunidades y derechos, independientemente de su origen, género, orientación sexual, religión o cualquier otra característica. Esto incluye la lucha contra el racismo, la xenofobia, la homofobia y todas las formas de discriminación. La izquierda debe promover políticas que fomenten la inclusión, la diversidad y la igualdad de oportunidades para todos y todas.

La izquierda también debe abordar las cuestiones de política exterior y defensa. La lucha por la justicia social no se detiene en las fronteras nacionales. La izquierda debe oponerse a las guerras y a las intervenciones militares, y debe luchar por una política exterior basada en la solidaridad, la cooperación y el respeto a los derechos humanos. Esto incluye el apoyo a los movimientos de liberación y a los pueblos oprimidos en todo el mundo, y la lucha contra el imperialismo y el neocolonialismo.

Finalmente, la izquierda debe ser valiente y audaz en su visión y en su acción. No podemos conformarnos con reformas tibias ni con el mal menor. Necesitamos un proyecto transformador global que se atreva a imaginar y a construir un mundo radicalmente distinto. Un mundo donde la dignidad humana, la justicia y la solidaridad sean los principios rectores.

La crisis actual puede ser una oportunidad para la izquierda, si somos capaces de aprender de nuestros errores y de renovar nuestro compromiso con la transformación social. La tarea no es fácil, pero la historia nos muestra que los grandes cambios son posibles cuando la gente común se organiza y lucha por sus derechos. La izquierda debe ser el motor de esa lucha, guiando el camino hacia un futuro más justo y equitativo.

Recapitulando y extrayendo conclusiones

La Crisis Actual: Una Oportunidad para la Izquierda

En tiempos de crisis, el terreno de la política se vuelve fértil para la transformación. La situación actual, marcada por desafíos económicos, sociales y ambientales, ofrece una oportunidad histórica para la izquierda. Sin embargo, para aprovechar esta oportunidad, es imprescindible que la izquierda aprenda de sus errores y renueve su compromiso con la transformación social profunda. Esta tarea no es sencilla, pero la historia nos enseña que los grandes cambios son posibles cuando la gente común se organiza y lucha por sus derechos. La izquierda debe ser el motor de esta lucha, guiando el camino hacia un futuro más justo y equitativo.

Aprender de los Errores

Para aprovechar la oportunidad que presenta la crisis actual, la izquierda debe primero hacer una introspección honesta y aprender de sus errores pasados. A menudo, la izquierda ha sido criticada por su desconexión con las necesidades y aspiraciones reales de la población. Esta desconexión puede manifestarse en un enfoque excesivamente ideológico que no toma en cuenta las realidades cotidianas de las personas. Es fundamental que la izquierda se acerque a las comunidades, escuche sus problemas y trabaje en soluciones concretas y pragmáticas.

Un error recurrente ha sido la fragmentación interna. Las divisiones ideológicas y estratégicas dentro de los movimientos de izquierda han debilitado su capacidad de acción y cohesión. Para superar este obstáculo, es necesario fomentar la unidad en la diversidad, reconocer que, aunque existen diferencias, los objetivos comunes son más importantes. La cooperación y la solidaridad internas son claves para construir un frente unido y efectivo.

Renovar el Compromiso con la Transformación Social

La crisis actual también ofrece la oportunidad de renovar el compromiso con la transformación social. Esto implica no solo una revisión de las estrategias políticas, sino también una reafirmación de los valores fundamentales de la izquierda: justicia social, igualdad, solidaridad y sostenibilidad.

Un aspecto crucial de esta renovación es la inclusión. La izquierda debe ser inclusiva y representar a todas las voces marginalizadas y oprimidas. Esto incluye a mujeres, minorías étnicas y raciales, personas LGBTQ+, trabajadores precarios y todas aquellas personas que han sido históricamente excluidas del poder. La lucha por la igualdad debe ser interseccional, reconociendo cómo las distintas formas de opresión se entrelazan y se refuerzan mutuamente.

Asimismo, la izquierda debe adaptarse a los nuevos desafíos del siglo XXI, como la crisis climática. La justicia ambiental debe estar en el centro de cualquier agenda progresista. Esto significa promover políticas que no solo reduzcan las emisiones de carbono, sino que también aborden las desigualdades estructurales que exacerban los impactos del cambio climático en las comunidades vulnerables.

La Organización y la Lucha Colectiva

La historia nos muestra que los grandes cambios son posibles cuando la gente común se organiza y lucha por sus derechos. Desde la Revolución Francesa, pasando por la revolución bolchevique de 1917 y otros muchos procesos revolucionarios y de emancipación social hasta los movimientos por los derechos civiles y laborales, los momentos de crisis han sido puntos de inflexión donde las personas se han levantado para exigir un cambio. La izquierda debe ser el catalizador de esta organización y lucha colectiva.

Esto implica una labor de base intensa, construyendo redes y comunidades de apoyo mutuo. Las nuevas tecnologías y las redes sociales ofrecen herramientas poderosas para la organización y la movilización, pero también es importante mantener y fortalecer las formas tradicionales de activismo, como las asambleas comunitarias, las huelgas, las manifestaciones, las concentraciones y los encierros. 

La educación y la concienciación también son vitales. Es necesario desarrollar una pedagogía de la liberación, que empodere a las personas con el conocimiento y las habilidades necesarias para comprender y desafiar las estructuras de poder opresivas. La formación política y la creación de espacios de discusión y reflexión crítica son esenciales para construir una ciudadanía activa y comprometida.

El Papel de la Izquierda como Motor del Cambio

Para ser el motor de la lucha hacia un futuro más justo y equitativo, la izquierda debe ofrecer una visión clara y atractiva de ese futuro. Esto no solo implica criticar el status quo, sino también proponer alternativas concretas y viables. La izquierda debe ser capaz de articular un proyecto político que combine la utopía con el pragmatismo, que inspire a las personas y, al mismo tiempo, ofrezca soluciones tangibles a los problemas actuales.

La participación en las instituciones es una parte importante de esta estrategia. Aunque las elecciones y la política institucional no son el único terreno de lucha, sí son espacios donde se pueden conquistar derechos y mejorar las condiciones de vida de las personas. Sin embargo, es crucial que esta participación institucional esté siempre acompañada de una movilización social activa y crítica, que mantenga a los representantes políticos responsables y conectados con las demandas de sus bases.

Conclusión

La crisis actual, con todas sus dificultades y desafíos, puede ser una oportunidad única para la izquierda. Aprovechar esta oportunidad requiere aprender de los errores del pasado, renovar el compromiso con la transformación social y organizar una lucha colectiva inclusiva y sostenible. La tarea no es fácil, pero la historia nos muestra que los grandes cambios son posibles cuando la gente común se une y lucha por sus derechos. La izquierda tiene la responsabilidad y la capacidad de ser el motor de esta lucha, guiando el camino hacia un futuro más justo y equitativo.

La Acción Cultural y el desarrollo de un pensamiento alternativo al dominante es esencial para construir una nueva sociedad. Antonio Gramsci, en sus Escritos políticos, nos proporciona un marco teórico valioso para comprender y actuar en la lucha política e ideológica. Gramsci destaca la importancia de alterar las relaciones de fuerza en la sociedad, en lugar de centrarse únicamente en la toma de instituciones, sea por las urnas o las armas. Este enfoque requiere complejizar las formas de organización y enfrentamiento en los planos social, político e ideológico.

Gramsci subrayaba la necesidad de la participación activa del campo popular, su cultura y sus intelectuales, y redefine el partido como un componente esencial de las clases subalternas, no como una vanguardia externa. Esto implica la formación de una voluntad política colectiva, autónoma y radicalmente democrática, capaz de construir una nueva sociedad mientras enfrenta el orden social existente.

En un seminario con dirigentes sociales en 2011, se discutió cómo la hegemonía neoliberal comenzaba a resquebrajarse. Sin embargo, se debía combatir el espontaneismo de las organizaciones sociales y construir un instrumento político autónomo para disputar el poder a las élites. Los “temblores de Estado” generados por las revueltas callejeras no eran suficientes para transformar el orden social. Del espontaneismo se pasó a la omnipotencia del ataque frontal, basado en la autoridad de caudillos. El enfoque en la “toma de instituciones” por la vía electoral desdeñó la construcción de partidos enraizados en las clases subalternas y la formación de alianzas democráticas. Esto ignoró que la verdadera fortaleza del neoliberalismo excede el estado de salud de las fuerzas gobernantes, y que la “toma del Estado” sin transformar las relaciones de fuerza existentes resulta en una nueva forma de derrota.

La reflexión gramsciana sigue siendo relevante hoy en día. Nos ofrece elementos para una estrategia de asedio al neoliberalismo que, mediante la política, pueda ensanchar los límites de la democracia. En Acción Cultural, nos inspiramos en estas ideas para ganar la batalla cultural e ideológica. Apoyamos proyectos como Canal Red y Diario Red, y publicamos artículos y textos de combate cultural en nuestra página web. Nuestro grupo de trabajo de WhatsApp y nuestros canales de comunicación amplifican nuestros mensajes. Invitamos a todos a unirse a nuestra batalla cultural.

Gramsci nos enseña que la lucha por la hegemonía cultural es fundamental para cualquier proyecto de transformación social. La hegemonía no se establece solo a través del control estatal, sino mediante la influencia en las ideas, valores y normas sociales. La acción cultural es una herramienta crucial para alterar las relaciones de fuerza y construir una nueva hegemonía. En lugar de limitarse a la toma de instituciones, necesitamos construir una contrahegemonía que impregne todos los aspectos de la vida social.

La batalla cultural debe orientarse hacia la creación de una narrativa alternativa que desafíe el discurso dominante, con la participación de intelectuales orgánicos comprometidos con la emancipación de las clases subalternas. Este esfuerzo debe acompañarse de la creación de estructuras organizativas democráticas y participativas, fomentando la autoorganización y autonomía de las clases subalternas.

En el contexto actual, la crisis de la hegemonía neoliberal abre nuevas oportunidades para avanzar. Las movilizaciones sociales deben canalizarse hacia un proyecto político coherente que desafíe el statu quo, construyendo alianzas amplias y democráticas basadas en una visión compartida de transformación social.

En conclusión, inspirándonos en Gramsci, proponemos una estrategia que altere las relaciones de fuerza y construya una hegemonía cultural contrahegemónica. En Acción Cultural, estamos comprometidos con esta visión y trabajamos para ganar la batalla cultural e ideológica, construyendo un futuro más justo y equitativo. Invitamos a todos a unirse a nuestra lucha y contribuir a esta nueva hegemonía basada en justicia, igualdad y democracia.

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